miércoles, 2 de noviembre de 2016

El día del español

Dentro del trabajo que estoy desarrollando en Eslovaquia, además de dar clases de español, entran otras actividades culturales dedicadas a los estudiantes de la academia de idiomas o a la población interesada en el idioma español, su comida, el cine hispano y, sobre todo, en los nativos.

Tal y como he explicado en este blog, cada miércoles dedicamos una hora de conversación en español y se proyecta una película de habla hispana en la cafetería Trafacka. Otra de las actividades que se nos ocurrió fue dedicar “Un día del español” (con toda la comida que eso implica) a la cultura española y a España.



Esta actividad se desarrolló en la academia el pasado 29 de septiembre, los astros se alinearon a nuestro favor: fue el último día caluroso del verano. Desde comienzos del mes de septiembre nos hemos dedicado a organizar, preparar, decorar y planificar este día, donde la comida, la música, el arte y el baile español no podían faltar. A pesar de algunos problemillas culinarios, podemos decir que “El día del español” pasó la prueba. En definitiva, era una forma de atraer al público para aprender español.

La cocina de mi nuevo piso se convirtió en la protagonista de la fiesta. La paella, o también llamada: “intento de cocinar paella con dos fuegos”, salió victoriosa, así como las tortillas de patatas, el gazpacho realizado por una andaluza y una salmantina a las que NO les gusta el gazpacho resultó ser el plato estrella o la pipirrana, gran desconocida entre la mayoría de los españoles de la fiesta, fueron algunas de las comidas españolas degustadas a tantos kilómetros de nuestra tierra. 


             


Además, no pudo faltar una buena sangría, a pesar del duro momento de encontrar hielo. Sí, en Eslovaquia encontrar hielo es como intentar buscar una aguja en un pajar. A pesar de todo y gracias a las cervezas españolas, ¡todo fue výborne (excelente)!





Me hizo inmensamente feliz ver a los eslovacos sintiéndose tan españoles y rodeados de tanta diversidad hispana. 

Todo iba bien hasta que me dijeron que alguien tenía que dar algún discurso, que todo el mundo esperaba algo. Luces, cámara y acción: ahí salí yo, cogiendo el toro por los cuernos, y arriba con la peineta, las flores y el arte andalú animando a la gente a bailar sevillanas. Yo, la misma a la que no le gusta el gazpacho ni el salmorejo, la misma andaluza que ni baila ni le gustan las sevillanas. 




Hubo baile: al final, claramente, las cervezas hicieron su efecto. Decidimos continuar la fiesta: la calle y la noche nos recibieron con todas sus posibilidades y acabamos en Devil’s, un apoteósico garito para desbocados que, como su propio nombre indica, es en lo que te conviertes cuando entras. 

Acostumbrados a los cubatas españoles de vasos de medio litro, nos aparece el camarero con Gin tonics en vasos como los que usamos para el Cola Cao, repletos de ginebra. Todo estilo eslovaco: pequeña cantidad en una dosis de alta graduación. Pero bien que nos los bebimos, pudo más la curiosidad de ver qué clase de bebida se podía suministrar a tan bajo precio. El espíritu heroico nos salió caro y todo el gin ingerido amargó los estómagos repletos de comida y bebida españolas. La noche duró poco más tras la ingestión del veneno y su repetida e inevitable degustación. Este tibio lugar nos transformó. La euforia desprovista de temporalidad en aquel momento acabó siendo algo transitorio y la embriaguez alcohólica, que puede llevar al vómito o al grito, en nuestro caso, llevó a lo primero. Lo segundo, como españoles, ya nos sale de forma natural.



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