domingo, 16 de octubre de 2016

Mi nuevo hogar

19 de septiembre. Me mudo. Nueva etapa dentro de otra aún más nueva: cambio de piso en otro país. Cambio de compañeros (algunos no me los hubiera podido imaginar), cambio de barrio, cambio de cama (gracias a Dios), cambio de baño (gracias a Dios x2), cambio, en definitiva. 


Se acabó el vivir en Klokočina (pronunciar Clocochina), que, como su propio nombre indica, está en la maldita China de Nitra: en lo alto de la ciudad, así que iba como Heidi, colina para arriba, colina para abajo. Una cosa buena tienen las alturas: todo se ve desde otra perspectiva, ya sea desde arriba, ya sea desde abajo.

Me lancé a la desesperada a buscar piso en Nitra (por segunda vez ya) y, después de enviar cientos de mensajes desde cientos de vías distintas… misión cumplida: NUEVO HOGAR. Un nuevo hogar totalmente inesperado, en cualquier sentido. El piso está situado en Kalvária, a unos diez minutos del centro de la ciudad y a una media hora de la academia de idiomas donde trabajo. Viven en él tres jóvenes seres que seguro que, en enero, cuando tenga que irme, van a ser muy especiales para mí: Lucia, una joven eslovaca profesora de inglés que trabaja en la misma academia que yo; Jerry (sí, de Tom & Jerry), un juguetón, curioso, joven, gris y cariñoso gato; y Da Vinci (sí, de Leonardo da Vinci), un tranquilo, cariñoso, bueno y blanco galgo ruso de un año. Para completar el cuarteto estoy yo y formamos así una pintoresca imagen familiar donde la literatura y, por ende, los libros, la calma, la tranquilidad, la independencia y el cariño mutuo, se respiran en cada rincón. 



Estoy encantada con el nuevo piso. Vivo en el paraíso: tengo espacio para mí. Lucia (o cariñosamente Lučka) y yo cocinamos juntas, tenemos sesiones de cine, conversamos intensamente sobre cualquier tema y, por fin, estoy en mi pequeña inmersión lingüística inglesa. Todo fluye poco a poco, llega en su momento, nos entendemos aunque no sepamos la palabra concreta en inglés, nos respetamos, nos dedicamos tiempo, compartimos trabajo, rutina y cuarto de baño cada día, con lo cual la confianza se ha cogido rápido. Me encanta y voy a decirlo una vez más: estoy en el paraíso. Ahora siento que va a ser mucho más difícil el querer volver a casa.

Ahora me he convertido en la reina de las tortillas
Cocinamos dulces sin semillas de amapola

El camino de casa al trabajo ya no pasa por un cementerio judío, ni por unas vías del tren, ni por una cuesta matadora. Ahora llaneo por un barrio tranquilo en línea recta, con paredes adornadas con dibujos como estos: los animales me rodean en esta nueva etapa.


También hay un pequeño santuario, un lugar que cuando vuelvo a casa por la noche (a las seis ya se ha puesto el sol), es un poco tétrico. Está lleno de velas y siempre, sea la hora que sea, encuentras a alguien rezando. En algo se tenía que notar que el barrio se llama Kalvária (si quieres saber más puedes leer Un paseo por la ciudad).





Otra forma para ir al centro de la ciudad es seguir el río. Un tranquilo paseo ideal para cualquier momento del día, en bici, a pie y perfecto para hacer deporte.


El nuevo hogar ha llenado mi vida de ternura. Al principio, como con todo cambio, tuve que adaptarme, acostumbrarme, y es que jamás había vivido con animales. De hecho, siempre pensaba que les tenía pánico o algún otro sentimiento que ni yo sabía identificar, que hacía que automáticamente no quisiera acercarme a ellos. Aquí me he dado cuenta que todo es psicológico, todo está en mi cabeza. Fuera de casa, del hogar, los días avanzan rápido y uno no puede permitirse estar en un piso esquivando a sus compañeros; sobre todo teniendo en cuenta que uno de ellos es más alto y pesa casi 70 kilos. En este caso, los animales fueron más inteligentes que yo, fueron ellos los que vinieron a darme la bienvenida, viniendo a olerme, interesándose por saber quién era y por qué estaba, de repente, allí todos los días. No me dejaban tranquila y yo, con mi barrera, los evitaba. Un día hablé con Lucia, que es un amor de niña, y, con su ayuda, fui acercándome a ellos para poder acariciarlos, tocarlos y pasar tiempo los cuatro juntos.

Ahora tendríais que verme. Al llegar a casa me encuentro esta imagen cada día: 



Jerry me espera y yo tengo ganas de verlo, cuando necesito cariño voy a abrazarlo y cuando él necesita mimos, viene moviendo su colita hacia mi pierna:

— Miau, miau, abrázame un poquito.

Y así están transcurriendo los días. Hace casi un mes que llegué aquí. Demasiados cambios. Demasiados cambios en tan poco tiempo. Demasiados cambios buenos. 



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